Una nit de les que no es veu ni la llum de la foscor, tres dimonis jogueners es reuniren per planificar torments pels humans.
-Què podriem robar-los que els faci ser desgraciats?... la Felicitat!!! si!! Però si els hi prenem l'haurem d'amagar en algun lloc on no la trobin. On?
Un dels diables exclamà: -a dalt la muntanya més alta... però els homes són forts i si un puja a dalt la trobarà i llavors la recuperaran.
-Al fons del mar!,... però els homes són curiosos i baixaran a veure les profunditats i la descobriran.
On podem amagar la felicitat perquè l'home no la trobi.
El tercer diable, el més vell de tots, somrigué: ja sé on... dins de cadascú.
I és així, des de llavors l'home busca per tot arreu la Felicitat i no se n'adona que la té dins seu.
contes cuentos stories histoires storie . . .
De petita, els contes m'acompanyen. De gran, els contes segueixen amb mi. De pequeña, los cuentos me acompañan. De mayor, los cuentos siguen en mi
miércoles, 3 de mayo de 2017
viernes, 6 de junio de 2014
jueves, 6 de marzo de 2014
viernes, 31 de enero de 2014
lunes, 13 de enero de 2014
domingo, 20 de octubre de 2013
SUDOR
Estuvimos cuatro años de novios con Valeria hasta que empezamos a buscar departamento para irnos a vivir juntos y en la búsqueda infinita me empecé a dar cuenta de que yo rechazaba todos los departamentos que veíamos porque en realidad no quería mudarme con ella. Pero todo lo demás fue felicidad. O casi todo.
Valeria era hija única, vivía con sus padres cerca del hipódromo de San Isidro en una casa con pileta, minijardín y hasta un cuarto de servicio que no se usaba, junto a la cocina en la planta baja. En ese cuarto dormía yo los fines de semana. Me llevaba bien con mis suegros, a mi suegro le celebraba los asados, a mi suegra los postres y así me hospedaban amablemente desde el viernes a la noche hasta el domingo a la tarde.
Habían tenido a su hija ya pasados los cuarenta y ahora eran un matrimonio mayor, ya entrados en una especie de plácida menopausia. Me trataban bien, algo distantes, cuidadosos, pero me querían. Si me mantenía durmiendo en ese cuarto en planta baja, más o menos lejos de su hija, me querían. Aunque supongo que sabían que su hija no era virgen, no sé hasta qué punto sospechaban de los cruces nocturnos. Lo cierto es que cuando ya todo estaba en calma y apenas se oía ladrar algún perro de la cuadra a las dos de la mañana, Valeria bajaba y se metía conmigo en la cama. Casi no tengo imágenes de esas noches porque cogíamos con la luz apagada, no por pudor sino para que no nos descubrieran. Pero sí me acuerdo de los sofocones, de los gritos mudos, del jadeo. Nos convertíamos en un monstruo empapado. Valeria fue la primera mujer que me hizo sudar, o la primera por la que estuve dispuesto a agotarme hasta el desmayo. Siempre me pedía más, me pedía que aguantara. A veces poníamos nuestros zapatos bajo las patas de la cama para evitar que la madera rechinara contra el piso de baldosas. Nos pasábamos casi toda la noche del viernes y del sábado chocando el uno contra el otro, estrellándonos. Porque eso era lo que hacíamos, nos estrellábamos. Yo era adicto a sus orgasmos, los necesitaba. Pero a ella le costaba alcanzarlos. Me hacía trabajar. Ella misma me compraba forros texturados y hasta unos que venían con tachas para provocar más fricción. Todos esos forros que se iban por el inodoro, usados y prolijamente anudados‚ al final de la noche.
A ella le gustaba estar encima mío, me cabalgaba con esa insistencia pélvica femenina de moverse no tanto de arriba a abajo sino de adelante a atrás, un movimiento que se iba perfeccionando a medida que crecía nuestra transpiración jabonosa porque su culo patinaba sobre mis muslos y la pija le entraba más hondo. A veces yo me incorporaba un poco en la cama, quedaba sentado, y ella me rodeaba la cintura con las piernas, todavía arriba mío, abrazándome, y yo le sentía con mi mejilla el pelo mojado pegado al cuello, y con las manos el canal de la espalda también mojado y tenso.
Creo que nuestro secreto era el sudor. Yo hasta entonces me había acostado primero con putas y después con dos novias sucesivas y discretas que no soltaban el tigre. Las putas no sudan en la cama, no pueden desvivirse furiosamente por cada cliente, no les daría el físico para estar así todo el día, o toda la noche; apenas con unos gemiditos profesionales les basta para alentar y abreviar el forcejeo del macho triste. Las novias discretas tampoco sudan, seguramente porque no es uno quien les despierta la fiebre necesaria sino algún otro novio o amante venidero. Es decir que Valeria fue la primera con quien me entregué al zarandeo olímpico. A veces me imaginaba que su viejo entraba de golpe prendiendo la luz y decía “¿Qué están haciendo?” y yo le contestaba “¡Suegrito, estamos rompiendo todos los récords”. Pero eso no pasó exactamente.
Nos partíamos el alma hasta que cantaba el primer pajarito del día (desde el último perro hasta el primer pajarito). Y creo que nos excitaba el sudor porque el forro era como una barrera seca entre los dos, casi como sexo virtual. En cambio el empape del sudor era real y animal. Era nuestro gran secreto, el estado casi acuático de nuestro abrazo. Un logro mutuo. Valeria me agarraba de la nuca, le gustaba sentirme la nuca mojada. Yo le mordía las tetas, le pasaba la lengua por su esternón salado, le subía la mano por la espalda, le juntaba el pelo largo en una coleta abundante y húmeda. Hay algo que pasa cuando se suda cogiendo (o se coge sudando), y es que todo se vuelve más fluido, las caricias ya no son sectorizadas, eso de te agarro el culo y después las tetas y después te acaricio los muslos, sino que el contacto se vuelve todo un continuo, una sola superficie de placer, las partes del cuerpo se difuminan, se estiran casi, se vuelven un todo escurridizo, sin límites ni nombres diferenciados, la piel se vuelve toda beso mojado, mordisco resbaloso, y se coge entre mechones empapados, gotas que caen por el torso en hilos y hay que despejarse la frente y seguir.
Valeria era incansable, guerrera. Me gusta esa palabra, guerrera, porque realmente la peleábamos juntos en la cama, cuerpo a cuerpo, en un combate oscuro y extenuante que nos aceleraba el corazón, con susurros violentos y tiernos dichos al oído, hasta que ella empezaba a desarmarse encima mío, como a caerse pero abrazándome fuerte, ahogando un gemido largo hasta que se quedaba quieta y volvía en sí, volvía como un animal jadeante después de una carrera, con la crin pegada sobre la cara, sobre los ojos. De a poco nos sosegábamos, recuperando el aire, buscando oxígeno en bocanadas asmáticas. Y en un momento ella me soplaba suavecito el pecho y me hacía sentir el sudor fresco aliviándome del calor, y yo se lo hacía a ella, le soplaba entre las tetas y hacia abajo hasta el ombligo. Nos alternábamos una vez cada uno y así nos quedábamos un rato dormidos. Después Valeria se volvía en puntas de pie hasta su cuarto.
Pero no podía durar tanta felicidad clandestina. Un sábado a la mañana vimos a mi suegro en el jardín con un tipo de overol azul. Miramos por la ventana de la cocina. El jardín estaba inundado y sobre el pasto se veían cositas de colores. Valeria se tapó la boca. Mirá, me dijo. Era el pozo séptico de la casa, que se había desbordado y habían salido a la superficie todos nuestros forros, los polvos de cuatro años decoraban el jardín. El tipo de overol sonreía, el padre de Valeria no. Y lo peor de todo fue que nunca nos dijo nada. Nosotros huímos como si tuviéramos algún programa imperdible y no supimos quién recogió nuestro inventario profiláctico. Pero esa tarde‚ dando vueltas por el barrio sin animarnos a volver‚ ella me dijo que quizá podíamos empezar a buscar un lugar donde irnos a vivir juntos. Tenía razón. Era el fin de los buenos tiempos y había que empezar a ganarse el pan con el sudor de la frente.
Valeria era hija única, vivía con sus padres cerca del hipódromo de San Isidro en una casa con pileta, minijardín y hasta un cuarto de servicio que no se usaba, junto a la cocina en la planta baja. En ese cuarto dormía yo los fines de semana. Me llevaba bien con mis suegros, a mi suegro le celebraba los asados, a mi suegra los postres y así me hospedaban amablemente desde el viernes a la noche hasta el domingo a la tarde.
Habían tenido a su hija ya pasados los cuarenta y ahora eran un matrimonio mayor, ya entrados en una especie de plácida menopausia. Me trataban bien, algo distantes, cuidadosos, pero me querían. Si me mantenía durmiendo en ese cuarto en planta baja, más o menos lejos de su hija, me querían. Aunque supongo que sabían que su hija no era virgen, no sé hasta qué punto sospechaban de los cruces nocturnos. Lo cierto es que cuando ya todo estaba en calma y apenas se oía ladrar algún perro de la cuadra a las dos de la mañana, Valeria bajaba y se metía conmigo en la cama. Casi no tengo imágenes de esas noches porque cogíamos con la luz apagada, no por pudor sino para que no nos descubrieran. Pero sí me acuerdo de los sofocones, de los gritos mudos, del jadeo. Nos convertíamos en un monstruo empapado. Valeria fue la primera mujer que me hizo sudar, o la primera por la que estuve dispuesto a agotarme hasta el desmayo. Siempre me pedía más, me pedía que aguantara. A veces poníamos nuestros zapatos bajo las patas de la cama para evitar que la madera rechinara contra el piso de baldosas. Nos pasábamos casi toda la noche del viernes y del sábado chocando el uno contra el otro, estrellándonos. Porque eso era lo que hacíamos, nos estrellábamos. Yo era adicto a sus orgasmos, los necesitaba. Pero a ella le costaba alcanzarlos. Me hacía trabajar. Ella misma me compraba forros texturados y hasta unos que venían con tachas para provocar más fricción. Todos esos forros que se iban por el inodoro, usados y prolijamente anudados‚ al final de la noche.
A ella le gustaba estar encima mío, me cabalgaba con esa insistencia pélvica femenina de moverse no tanto de arriba a abajo sino de adelante a atrás, un movimiento que se iba perfeccionando a medida que crecía nuestra transpiración jabonosa porque su culo patinaba sobre mis muslos y la pija le entraba más hondo. A veces yo me incorporaba un poco en la cama, quedaba sentado, y ella me rodeaba la cintura con las piernas, todavía arriba mío, abrazándome, y yo le sentía con mi mejilla el pelo mojado pegado al cuello, y con las manos el canal de la espalda también mojado y tenso.
Creo que nuestro secreto era el sudor. Yo hasta entonces me había acostado primero con putas y después con dos novias sucesivas y discretas que no soltaban el tigre. Las putas no sudan en la cama, no pueden desvivirse furiosamente por cada cliente, no les daría el físico para estar así todo el día, o toda la noche; apenas con unos gemiditos profesionales les basta para alentar y abreviar el forcejeo del macho triste. Las novias discretas tampoco sudan, seguramente porque no es uno quien les despierta la fiebre necesaria sino algún otro novio o amante venidero. Es decir que Valeria fue la primera con quien me entregué al zarandeo olímpico. A veces me imaginaba que su viejo entraba de golpe prendiendo la luz y decía “¿Qué están haciendo?” y yo le contestaba “¡Suegrito, estamos rompiendo todos los récords”. Pero eso no pasó exactamente.
Nos partíamos el alma hasta que cantaba el primer pajarito del día (desde el último perro hasta el primer pajarito). Y creo que nos excitaba el sudor porque el forro era como una barrera seca entre los dos, casi como sexo virtual. En cambio el empape del sudor era real y animal. Era nuestro gran secreto, el estado casi acuático de nuestro abrazo. Un logro mutuo. Valeria me agarraba de la nuca, le gustaba sentirme la nuca mojada. Yo le mordía las tetas, le pasaba la lengua por su esternón salado, le subía la mano por la espalda, le juntaba el pelo largo en una coleta abundante y húmeda. Hay algo que pasa cuando se suda cogiendo (o se coge sudando), y es que todo se vuelve más fluido, las caricias ya no son sectorizadas, eso de te agarro el culo y después las tetas y después te acaricio los muslos, sino que el contacto se vuelve todo un continuo, una sola superficie de placer, las partes del cuerpo se difuminan, se estiran casi, se vuelven un todo escurridizo, sin límites ni nombres diferenciados, la piel se vuelve toda beso mojado, mordisco resbaloso, y se coge entre mechones empapados, gotas que caen por el torso en hilos y hay que despejarse la frente y seguir.
Valeria era incansable, guerrera. Me gusta esa palabra, guerrera, porque realmente la peleábamos juntos en la cama, cuerpo a cuerpo, en un combate oscuro y extenuante que nos aceleraba el corazón, con susurros violentos y tiernos dichos al oído, hasta que ella empezaba a desarmarse encima mío, como a caerse pero abrazándome fuerte, ahogando un gemido largo hasta que se quedaba quieta y volvía en sí, volvía como un animal jadeante después de una carrera, con la crin pegada sobre la cara, sobre los ojos. De a poco nos sosegábamos, recuperando el aire, buscando oxígeno en bocanadas asmáticas. Y en un momento ella me soplaba suavecito el pecho y me hacía sentir el sudor fresco aliviándome del calor, y yo se lo hacía a ella, le soplaba entre las tetas y hacia abajo hasta el ombligo. Nos alternábamos una vez cada uno y así nos quedábamos un rato dormidos. Después Valeria se volvía en puntas de pie hasta su cuarto.
Pero no podía durar tanta felicidad clandestina. Un sábado a la mañana vimos a mi suegro en el jardín con un tipo de overol azul. Miramos por la ventana de la cocina. El jardín estaba inundado y sobre el pasto se veían cositas de colores. Valeria se tapó la boca. Mirá, me dijo. Era el pozo séptico de la casa, que se había desbordado y habían salido a la superficie todos nuestros forros, los polvos de cuatro años decoraban el jardín. El tipo de overol sonreía, el padre de Valeria no. Y lo peor de todo fue que nunca nos dijo nada. Nosotros huímos como si tuviéramos algún programa imperdible y no supimos quién recogió nuestro inventario profiláctico. Pero esa tarde‚ dando vueltas por el barrio sin animarnos a volver‚ ella me dijo que quizá podíamos empezar a buscar un lugar donde irnos a vivir juntos. Tenía razón. Era el fin de los buenos tiempos y había que empezar a ganarse el pan con el sudor de la frente.
Pedro Mairal
Font: El malpensante.com
sábado, 28 de septiembre de 2013
MAÑANA TE LO DIRÉ
El rey era un hombre joven sinceramente preocupado por las cuestiones metafísicas. Aspiraba a conquistar la liberación interior y sabía que lograrla requería muchísima motivación y un enorme esfuerzo. Comenzó a preguntarse si una persona necesitaría más de una liberación y, atormentado por esta cuestión, hizo llamar a su maestro.
--Venerable yogui. Hay una cuestión que me inquieta mucho. Incluso me roba el sueño. Yo sé hasta qué punto hay que esforzarse para hallar la Liberación pero me pregunto: ¿Basta con que una persona se libere una vez o son necesarias más liberaciones?
El yogui sólo repuso:
--Mañana, señor, te lo diré al amanecer.
El monarca ni siquiera pudo conciliar el sueño. Estaba ansioso por recibir la respuesta. Los primeros rayos del sol iluminaron su reino. Se incorporó y comenzó a ataviarse. Recordó que tenía que estar presente en una ejecución que iba a llevarse a cabo. Por haber violado y matado a varias mujeres, un hombre había sido condenado a la horca. El juez había anunciado: “Este hombre cruel y perverso debería ser ahorcado por cada uno de sus crímenes”.
Cuando el rey salió de su cámara, el yogui le estaba esperando.
--Estoy ansioso por conocer tu respuesta -dijo el rey nada más verle.
--La conocerás, señor. Si me permites acompañarte a contemplar la ejecución.
El monarca y el yogui asistieron a la ejecución. El asesino fue ahorcado. Entonces el rey se volvió hacia el yogui y le preguntó:
--¿Cuándo responderás a mi pregunta?
--Ahora mismo, majestad -repuso el yogui-. Ese hombre que acaba de ser ejecutado debería haber sido ahorcado, según el juez, una vez por cada uno de sus crímenes. ¿Podéis acaso ahorcarlo de nuevo?
--Claro que no -afirmó el monarca-. Un hombre ahorcado no puede ser ahorcado de nuevo.
Y el yogui dijo:
--Y un hombre liberado, ¿puede liberarse de nuevo?
TOT EL QUE EXISTEIX ÉS DÉU
Font: Aula de violí |
- Tot el que existeix és Déu.
El deixeble no acabava d'entedre les paraules del seu mestre. Quan va acabar la lliçó, el noi se n'anà cap a casa seva amb aquelles paraules rondant-li pel cap, quan, de cop, passant per un carreró estret, en direcció contraria venia un elefant que ocupava gairebé tot l'ample del carrer. El noi que conduia l'animal li cridà:
-Ei!!! decanta't, deixa'ns pasar!!
Però el deixeble va pensar:
-Jo sóc Déu, i l'elefant és Déu. Així que, com pot tenir por Déu d'ell mateix?
Amb aquest raonament va decidir no decantar-se.
L'elefant, quan va ser davant d'ell, l'enganxar per la trompa i el llençà a dalt de la teulada de la casa del davant. Va quedar amb tots els ossos trinxats.
Setmanes després, quan ja s'havia recuperat de les ferides, anà a veure el seu mestre per lamentar-se del que li havia passat.
-D'acord, tú ets Déu, i l'elefant és Déu. Però Déu en forma de noi que conduia l'elefant et va avisar que el deixessis passar. Per què no li vas fer cas a l'advertència de Déu?
No prenguis la corda per una serp ni la serp per una corda.
Conte clàssic de la India
martes, 24 de septiembre de 2013
RIQUEZA
Un día, un padre llevó a su pequeño hijo a tomar un paseo por el campo con el propósito de mostrarle como vivía la gente pobre.
Pasaron el día visitando a unos amigos campesinos, que era una familia muy pobre.
Cuando regresaban del viaje, el padre le preguntó a su hijo, "¿Qué te pareció el paseo?"
"Muy bueno, papá."
"¿Viste cuán pobre es la gente?" le preguntó el padre.
"¿De que hablas, papá?" replicó su hijo.
"Vi que ellos tienen 4 perros, en cambio nosotros tenemos solo uno.
Nosotros tenemos una piscina que apenas llega hasta la mitad del jardín, ellos tienen un riachuelo que nunca termina.
Nosotros tenemos lámparas en el jardín, ellos tienen estrellas.
Nuestro patio termina en la pared del vecino, el de ellos acaba junto con el horizonte.
Ellos tienen tiempo para sentarse a conversar juntos, en cambio tú y mamá tienen que trabajar todo el tiempo y nunca los veo."
Cuando el pequeño muchacho terminó, su padre quedó mudo.
Su hijo añadió, "Gracias, papá, por mostrarme tanta riqueza y saber lo pobres que somos nosotros."
¿Acaso no es cierto que todo depende de como tú veas las cosas?
Si tienes amor, amigos, familia, salud, buen humor y una actitud positiva hacia la vida... ¡lo tienes todo!
No puedes comprar ninguna de estas cosas. Puedes tener todas las posesiones que el dinero puede comprar, pero si eres pobre de espíritu..., no tienes nada.
VASIJAS DE AGUA
font: El blog de 4tB |
Un cargador de agua de la India tenía dos grandes vasijas que colgaba a los extremos de un palo y que llevaba encima de los hombros.
Una de las vasijas tenía varias grietas, mientras que la otra era perfecta y conservaba toda el agua al final del largo camino a pie desde el arroyo hasta la casa de su patrón, pero cuando llegaba, la vasija rota solo tenía la mitad del agua.
Durante dos años completos esto fue así diariamente, desde luego la vasija perfecta estaba muy orgullosa de sus logros, pues se sabía perfecta para los fines para los que fue creada. Pero la pobre vasija agrietada estaba muy avergonzada de su propia imperfección y se sentía miserable porque solo podía hacer la mitad de todo lo que se suponía que era su obligación.
Después de dos años, la tinaja quebrada le habló al aguador así, diciéndole:
"Estoy avergonzada y me quiero disculpar contigo porque debido a mis grietas solo puedes entregar la mitad de mi carga y solo obtienes la mitad del valor que deberías recibir."
El aguador, le dijo compasivamente: "Cuando regresemos a la casa quiero que notes las bellísimas flores que crecen a lo largo del camino."
Así lo hizo la tinaja. Y en efecto vio muchísimas flores hermosas a lo largo, pero de todos modos se sentía apenada porque al final, solo quedaba dentro de si la mitad del agua que debía llevar.
El aguador le dijo entonces "¿Te diste cuenta de que las flores solo crecen en tu lado del camino? Siempre he sabido de tus grietas y quise sacar el lado positivo de ello. Sembré semillas de flores a todo lo largo del camino por donde vas y todos los días las has regado y por dos años yo he podido recoger estas flores para decorar el altar de mi Maestro. Si no fueras exactamente como eres, con todo y tus defectos, no hubiera sido posible crear esta belleza."
(anónimo)
Font: Psicoterapia en línea
jueves, 19 de septiembre de 2013
domingo, 15 de septiembre de 2013
LA MUJER ESQUELETO
Había hecho algo que su padre no aprobaba, aunque ya nadie recordaba lo que era. Pero su padre la había arrastrado al acantilado y la había arrojado al mar. Allí los peces se comieron su carne y le arrancaron los ojos. Mientras yacía bajo la superficie del mar, su esqueleto daba vueltas y más vueltas en medio de las corrientes.
Un día vino un pescador a pescar, bueno, en realidad, antes venían muchos pescadores a esta bahía. Pero aquel pescador se había alejado mucho del lugar donde vivía y no sabía que los pescadores de la zona procuraban no acercarse por allí, pues decían que en la cala había fantasmas.
El anzuelo del pescador se hundió en el agua y quedó prendido nada menos que en los huesos de la caja torácica de la Mujer Esqueleto. El pescador Pensó: "¡He pescado uno muy gordo! ¡Uno de los más gordos!" Ya estaba calculando mentalmente cuántas personas podrían alimentarse con aquel pez tan grande, cuánto tiempo les duraría y cuánto tiempo él se podría ver libre de la ardua tarea de cazar. Mientras luchaba denodadamente con el enorme peso que colgaba del anzuelo, el mar se convirtió en una agitada espuma que hacía balancear y estremecer el kayak, pues la que se encontraba debajo estaba tratando de desengancharse.
Pero, cuanto más se esforzaba, más se enredaba con el sedal. A pesar de su resistencia, fue inexorablemente arrastrada hacia arriba, remolcada por los huesos de sus propias costillas.
El cazador, que se había vuelto de espaldas para recoger la red, no vio cómo su calva cabeza surgía de entre las olas, no vio las minúsculas criaturas de coral brillando en las órbitas de su cráneo ni los crustáceos adheridos a sus viejos dientes de marfil. Cuando el pescador se volvió de nuevo con la red, todo el cuerpo de la mujer había aflorado a la superficie y estaba colgando del extremo del kayak, prendido por uno de sus largos dientes frontales.
"¡Ay!", gritó el hombre mientras el corazón le caía hasta las rodillas, sus ojos se hundían aterrorizados en la parte posterior de la cabeza y las orejas se le encendían de rojo. "¡Ay!", volvió a gritar, golpeándola con el remo para desengancharla de la proa y remando como un desesperado rumbo a la orilla. Como no se daba cuenta de que la mujer estaba enredada en el sedal, se pegó un susto tremendo al verla de nuevo, pues parecía que ésta se hubiera puesto de puntillas sobre el agua y lo estuviera persiguiendo. Por mucho que zigzagueara con el kayak, ella no se apartaba de su espalda, su aliento se propagaba sobre la superficie del agua en nubes de vapor y sus brazos se agitaban como si quisieran agarrarlo y hundirlo en las profundidades.
"¡Aaaaayy!", gritó el hombre con voz quejumbrosa mientras se acercaba a la orilla. Saltó del kayak con la caña de pescar y echó a correr, pero el cadáver de la Mujer Esqueleto, tan blanco como el coral, lo siguió brincando a su espalda, todavía prendido en el sedal. El hombre corrió sobre las rocas y ella lo siguió. Corrió sobre la tundra helada y ella lo siguió. Corrió sobre la carne puesta a secar y la hizo pedazos con sus botas de piel de foca.
La mujer lo seguía por todas partes e incluso había agarrado un poco de pescado helado mientras él la arrastraba en pos de sí. Y ahora estaba empezando a comérselo, pues llevaba muchísimo tiempo sin llevarse nada a la boca. Al final, el hombre llegó a su casa de hielo, se introdujo en el túnel y avanzó a gatas hacia el interior. Sollozando y jadeando permaneció tendido en la oscuridad mientras el corazón le latía en el pecho como un gigantesco tambor. Por fin estaba a salvo, sí, a salvo gracias a los dioses, gracias al Cuervo, sí, y a la misericordiosa Sedna, estaba... a salvo... por fin.
Pero, cuando encendió su lámpara de aceite de ballena, la vio allí acurrucada en un rincón sobre el suelo de nieve de su casa, con un talón sobre el hombro, una rodilla en el interior de la caja torácica y un pie sobre el codo. Más tarde el hombre no pudo explicar lo que ocurrió, quizá la luz de la lámpara suavizó las facciones de la mujer o, a lo mejor, fue porque él era un hombre solitario. El caso es que se sintió invadido por una cierta compasión y lentamente alargó sus mugrientas manos y, hablando con dulzura como hubiera podido hablarle una madre a su hijo, empezó a desengancharla del sedal en el que estaba enredada.
"Bueno, bueno." Primero le desenredó los dedos de los pies y después los tobillos. Siguió trabajando hasta bien entrada la noche hasta que, al final, cubrió a la Mujer Esqueleto con unas pieles para que entrara en calor y le colocó los huesos en orden tal como hubieran tenido que estar los de un ser humano.
Buscó su pedernal en el dobladillo de sus pantalones de cuero y utilizó unos cuantos cabellos suyos para encender un poco más de fuego.
De vez en cuando la miraba mientras untaba con aceite la valiosa madera de su caña de pescar y enrollaba el sedal de tripa. Y ella, envuelta en las pieles, no se atrevía a decir ni una sola palabra, pues temía que aquel cazador la sacara de allí, la arrojara a las rocas de abajo y le rompiera todos los huesos en pedazos.
El hombre sintió que le entraba sueño, se deslizó bajo las pieles de dormir y enseguida empezó a soñar. A veces, cuando los seres humanos duermen, se les escapa una lágrima de los ojos. No sabemos qué clase de sueño lo provoca, pero sabemos que tiene que ser un sueño triste o nostálgico. Y eso fue lo que le ocurrió al hombre.
La Mujer Esqueleto vio el brillo de la lágrima bajo el resplandor del fuego y, de repente, le entró mucha sed. Se acercó a rastras al hombre dormido entre un crujir de huesos y acercó la boca a la lágrima. La solitaria lágrima fue como un río y ella bebió, bebió y bebió hasta que consiguió saciar su sed de muchos años.
Después, mientras permanecía tendida al lado del hombre, introdujo la mano en el interior del hombre dormido y le sacó el corazón, el que palpitaba tan fuerte como un tambor. Se incorporó y empezó a golpearlo por ambos lados: ¡Pom, Pom!.... ¡Pom, Pom!
Mientras lo golpeaba, se puso a cantar "¡Carne, carne, carne! ¡Carne, carne, carne! ". Y, cuanto más cantaba, tanto más se le llenaba el cuerpo de carne. Pidió cantando que le saliera el cabello y unos buenos ojos y unas rollizas manos. Pidió cantando la hendidura de la entrepierna, y unos pechos lo bastante largos como para envolver y dar calor y todas las cosas que necesita una mujer.
Y, cuando terminó, pidió cantando que desapareciera la ropa del hombre dormido y se deslizó a su lado en la cama, piel contra piel.
Devolvió el gran tambor, el corazón, a su cuerpo y así fue como ambos se despertaron, abrazados el uno al otro, enredados el uno en el otro después de, pasar la noche juntos, pero ahora de otra manera, de una manera buena y perdurable.
La gente que no recuerda la razón de su mala suerte dice que la mujer y el pescador se fueron y, a partir de entonces, las criaturas que ella había conocido durante su vida bajo el agua, se encargaron de proporcionarles siempre el alimento. La gente dice que es verdad y que eso es todo lo que se sabe.
"Mujeres Que Corren Con Los Lobos"
Clarissa Pinkola Estés
Font: bloc Gente maravillosa.
sábado, 14 de septiembre de 2013
CON EL TERROR GOLPEANDO LA PUERTA
font: cuentos de terror cortos |
Cuando cerré el libro estaba profundamente impresionado. Los cuentos de terror que había leído en él eran realmente aterradores, además me encontraba solo en una cabaña solitaria. Fuera la noche estaba completamente oscura, pero como conozco el lugar de memoria, cualquier mínimo ruido que escuchaba (o creía escuchar) hacía que me imaginara alguna parte del bosque cercano. Y mi imaginación avivada por los cuentos asociaba crujidos con pisadas, el rumor del follaje de los árboles rozando entre si me sonaban a voces susurrantes y malévolas, y el canto lejano de un búho me resultaba aterradoramente humano.
Resuelto a no dejarme impresionar más por ese terror que dominaba mi aliento, fui a acostarme y traté de dormir.
De pronto golpearon desesperadamente la puerta. Salté de la cama y miré por la ventana. Aunque todo lo demás estaba oscuro, vi perfectamente que se trataba de una muchacha aparentemente aterrada por algo. Miró hacia atrás como quien es perseguido, y, mientras se volvía hacia la puerta para golpearla nuevamente, me vio y corrió hacia la ventana.
- ¡Señor! ¡Déjeme entrar señor! ¡Ya vienen, no deje que me atrapen! ¡Por favor…! -me imploró la muchacha.
Inmediatamente me solidaricé con ella. Entró a toda prisa y se acoquinó en un rincón, temblando.
Estaba tan asustada que hacerle preguntas me pareció algo inútil. Se había cubierto el rostro con las manos y sollozaba desesperadamente.
No se equivocaba al decir que ya venían. Un griterío furioso se aproximaba rápidamente. Nuevamente miré por la ventana. Ahora era un grupo de hombres iracundos los que estaban afuera. Llevaban antorchas y herramientas de mano que esgrimían como armas. Aquella escena me pareció salida de una vieja película de terror. Cuando alguien del grupo gritó a todo pulmón: “¡Sal de ahí, bruja!”, giré la cabeza hacia ella. Noté que me observaba espiando entre sus dedos, después apartó las manos de la cara, y era una bruja horriblemente espantosa, y sentí un terror atroz que nunca olvidaré.
Después, un sobresalto terrible y me enderecé bruscamente en la cama. Cuando empezaba a sentirme mejor al darme cuenta que solo soñaba. Golpearon enérgicamente la puerta. Enseguida volví a experimentar el terror que me dominara en la pesadilla (si es que fue una pesadilla común), y permanecí en silencio mientras seguían golpeando. No me atreví a mirar por la ventana por miedo a enloquecer de terror. Golpearon varias veces y luego, silencio, no escuché pasos alejándose de allí, y la noche estaba ahora tan silenciosa que hubiera escuchado incluso una retirada furtiva y cuidadosa, por lo que llegué a creer que permanecía al lado de la puerta; pero cuando amaneció no había nadie.
sábado, 31 de agosto de 2013
martes, 27 de agosto de 2013
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